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Kenia

Parque Nacional Samburu en Kenia

Comenzamos nuestro relato sobre este parque con la aclaración que queda alejado del circuíto clásico de parque en Kenia, como Masai Mara, Lago Nakuru y Naivasha. Un parque precioso en paisajes e interesante en cuanto a fauna, porque hay varias especies que habitan esta región que son difíciles de ver en el resto del país, como el antílope jirafa gerenuk, el orice beisa o la pintada vuturina. También se ven por aquí cebras de Grevy, más grandes que las cebras de llanura y con las rayas más apretadas. Y otra de las grandes razones para venir a Samburu es para conocer a la etnia de los Samburu.

Parque Nacional  Samburu

 Éste, junto a sus vecinos Parques de Buffalo Springs y Shaba, forma la red de Parques más importante del Norte de Kenia. Se trata de una sabana “árida arbustiva”.  El ecosistema de Samburu lo marca el río Ewaso Ngiro, que en la lengua samburu significa “aguas sucias”. El río cruza esta zona seca y entorno a su ribera crece abundante vegetación, desde las clásicas acacias, a las palmeras dum, típicas de este paisaje. Por ello Samburu es un paisaje de contrastes, y es un auténtico oasis que concentra a muchísima densidad de fauna, en gran parte endémica.

Esa mañana en Samburu pudimos ver: jaurías de babuinos comiendo frutos e insectos del suelo, águilas posadas en las acacias, cobos, un macho de impala con una cornamenta enorme con su harén, cebras y jirafas.

En Samburu (y en Buffalo Springs y Shaba), se puede avistar una peculiar fauna típica de hábitats secos, como leopardos, elefantes, león, jirafa reticulada, cebra de Grevy, gerenuk, kudu menor, orice beisa, abejaruco somalí, pintada vuturina, estornino de pecho dorado.

Visita al poblado Samburu

La Reserva Nacional Samburu debe su nombre a la etnia samburu, parientes de los masai, con los que comparten idioma “maa”. Ambas etnias emigraron juntas desde su emplazamiento original en Etiopia o Sudán, pero se separaron en el Lago Turkana hacia el siglo XVII. Los samburu se asentaron en los limites de las tierras altas centrales y los desiertos del norte y los masai se desplazaron hacia el sur.

Los samburu son fundamentalmente pastores y viven según las tradiciones de sus antepasados. Su sistema social se estructura en base a tres grupos de edad masculinos llamados “ilayoik” (jóvenes sin circuncidar que cuidan el ganado), “ilmoran” (guerreros circuncidados que defienden al clan) e “ilpayiani” (ancianos encargados de la administración y de la justicia). Para los samburu la idea de dios está muy asociada a las grandes montañas, y por ello los ancianos suelen ser enterrados mirando hacia ellas.

Los samburu son pastores nómadas que se trasladan de un campamento temporal a otro en busca de agua y pastos para el ganado. Los samburu también son conocidos como “loibor kineji”, (pueblo de las cabras blancas). Sus casas son sencillas construcciones de barro, madera y paja que reflejan este modo de vida. Los hombres samburu suelen vestir los típicos mantos de cuadros rojos, como los masai. La tradición guerrera sigue muy arraigada en su cultura y rara vez se ve a un ilmoran sin su lanza en la mano.

Las danzas tradicionales son un elemento importante de la vida samburu. Los bailarines emplean una técnica de saltos muy similar a la de los masai. La dieta básica de los samburu es una mezcla de leche y sangre de vaca fermentada, en ocasiones endulzada con miel. Rara vez cazan y solo comen carne en ocasiones especiales.

Ambas etnias hablan el “maa”, son nómadas, y tienen muchas tradiciones en común, entre ellas la de darte la bienvenida saltando y emitiendo sonidos muy primitivos, como nos hicieron a nosotros. La verdad es que verlos en directo es intimidador y espectacular, todos ataviados con telas multicolores y sus bastones de madera (antes llevaban lanzas). Quisimos unirnos al grupo y hacer unos saltos juntos, pero la descoordinación fue total… al final acabamos todos descojonados de risa. Las mujeres también se unieron a la fiesta de bienvenida. Con ellas hicimos un baile más tranquilo, pero también intenso, dando vueltas y recibiendo sus collares de colores. Nos cogían de las manos y notábamos sus ásperas pieles, gastadas del duro trabajo de campo, y el olor, muy intenso a humanidad, no era desagradable, me pareció que podía ser el olor de un ser humano de serie, es decir, sin artificios.
Finalizada la visita, nos dirigimos al Lodge. La puesta de sol nos pilló de camino y pudimos contemplar los primeros atardeceres africanos.

 

 

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